(Respuesta del Secretariado de la AIT a un escrito dirigido a él por el comité organizador de los pretendidos anarcomunistas)
A toda la sensibilidad libertaria:
Si a algún bienintencionado libertario le cabía alguna duda acerca del alcance de la reunión de Lisboa sobre municipalismo libertario el 26-28 de agosto de 1998, y si le pudiera rondar el escrúpulo de negar su concurso a algo que pudiera servir a la causa libertaria, puede ya abandonar toda clase de temores. La carta que envía el Comité Internacional organizador (Montreal, Vermont, Lisboa) al secretariado de la AIT con respecto a la actitud crítica de ésta frente al encuentro lisboeta abre los ojos hasta al más ciego: se trata abiertamente de una maniobra reformista con la pretensión de desviar fuerzas del anarquismo militante al campo de la colaboración política. La argumentación de tal escrito en favor del llamado movimiento municipalista libertario rezuma falsedad por todos los costados. El fundamento maestro sobre el que pivota tanta falsedad consiste en el silenciamiento culpable de que los municipios forman parte básica del Estado, y de que toda la llamada administración local está firmemente entramada en la administración territorial y centro estatal, y de que, en consecuencia, el cuerpo legal del Estado burgués en su conjunto, es decir, en el plano central, territorial y local, es un todo unitario que no admite contradicciones internas. Es por lo tanto una falsedad flagrante argumentar que luchar por la descentralización de los municipios en el Estado burgués suponga luchar contra el Estado burgués mismo. El Estado burgués es el Estado burgués, que, según las circunstancias, puede adoptar la forma fascista o funcionarial de carácter totalitario, o bien la forma democrática en sus versiones unitaria, autonómica o federal, sin perder un ápice su condición de Estado burgués. Un hipotético Estado burgués de las municipalidades sólo sería posible cuando el Estado burgués entendiera que tal forma política era asumible por él mismo, dentro de su propia esencia y condición. Lo contrario, es decir, suponer que desde dentro del propio Estado burgués se puede destruir la propia esencia del Estado es, por un lado, creer en la cuadratura del círculo y, por otro, confundir dos términos fundamentales, a saber, evolución y revolución. Cierto que los resultados de la evolución, siempre efecto de las tensiones sociales, no son desechables. Por ejemplo, es objeto de congratulación que hoy no vayamos con una argolla en el cuello, como fueron muchos de nuestros antepasados. Pero cierto también que hoy tenemos todavía en torno al cuello múltiples formas de argollas visibles e invisibles todos los que no formamos parte de las instituciones y privilegios del Estado burgués. Deben, pues, quedar claras, al menos tres cosas: 1) que desde el Estado burgués no hay posibilidad de destrucción del mismo, sino al contrario, desde él sólo se hace fortalecerlo; 2) que sólo la revolución comporta un cambio cualitativo del signo social; 3) que los cambios positivos que son producto de la evolución dejan siempre intacto el esencial dominio y explotación de una clase sobre otra, y que las vías reformistas que apuntan a los cambios evolutivos, en realidad, sólo tienen como misión detraer engañosamente fuerzas del campo revolucionario para evitar o aplazar el cambio cualitativo de la sociedad. Queda entonces claro que esa vía política municipal que acepta la forma electoralista y con ello la metodología democrático formal, lo que, en realidad, representa es la creación de un partido político vergonzante. Y es aquí donde, dentro del mencionado escrito, aparece clara otra falsedad sobreañadida, cual es la de pretender que las elecciones municipales y sindicales son de esencia diferente a la de las parlamentarias o autonómicas. En una democracia burguesa, cualesquiera clase de elecciones no pueden por menos de ser de carácter representativo-formal, ya que el mandato imperativo está explícitamente excluido de cada una de sus Constituciones posibles. Esto no puede ser ignorado por los organizadores del encuentro lisboeta, de lo que se deduce su hipocresía y voluntad de engaño por omisión, cosa igualmente manifiesta cuando presentan a CNT como participante en las elecciones sindicales, atribución absolutamente falsa, como puede comprobar cualquier colegial que lea los periódicos. No parece esa gente ser muy ducha en anarquismo y anarcosindicalismo. Si supieran algo de éstos, sabrían que su método inexcusable de práctica es la acción directa, y que toda práctica electoralista en instituciones y organismos del Estado burgués no puede por menos de ser negativa de aquélla. Vuelve a transparecer esa falsedad argumental cuando, desfigurando y descontextualizando un texto de Bakunin, que sólo habla de la necesidad de organización de base, pretenden aprovecharlo para justificar una acción municipal de carácter político. Silencian los escritores de la réplica, y con ellos todos los organizadores de tal engendro de encuentro lisboeta, que, una vez rota la I Internacional, los aliancistas, y entre ellos Bakunin, Guillaume, Fanelli, Malatesta, Farga Pellicer..., en el Congreso de Saint Imier (septiembre de 1872) condenaron toda participación política y su metodología, contraponiéndole la acción directa de los obreros y ciudadanos, así como la organización federativa directa de los mismos al margen de las instituciones del Estado. La patente falta de honestidad intelectual de los autores de la mencionada réplica se manifiesta en el hecho de que la mayor parte de su escrito la dedican, como una cortina de humo para equivocar a los no informados, a presentar como si fuera propia una doctrina y práctica municipalista que fue siempre una tónica anarquista: las organizaciones anarquistas y anarcosindicalistas de barrio, con su correspondiente actividad revolucionaria, han existido desde la I Internacional, y cualquiera que quiera verlas teorizadas, aquí en España por ejemplo, sólo tiene que recurrir a los escritos de Juan Peiró o al dictamen sobre municipalismo libertario del IV Congreso de la CNT en Zaragoza, en mayo de 1936. Por lo demás, aquí en España, esa tradición se muestra históricamente activa en el movimiento cantonalista de 1873, un movimiento propiciado y realizado por los internacionalistas libertarios, y que, naturalmente, siguiendo las instancias estatalistas burguesas, mereció la repulsa de los marxistas expresada en el folleto de Federico Engels Los bakuninistas en acción. Informe sobre la sublevación española del verano de 1873.Toda esa lucha gestada y teorizada con anterioridad, al margen de las instituciones del Estado y frente al mismo, fue puesta en práctica durante la revolución española (1936-39) en todos los sitios donde el movimiento libertario fue preponderante. Entonces, sí, no solamente fue posible sino una realidad efectiva la puesta en práctica de la organización municipalista directa, pero ello fue precisamente realidad por la inoperancia y desaparición práctica del entonces Estado Republicano. Ahora bien, una vez que a lo largo de la Guerra Civil Española ese Estado Republicano-burgués fue restablecido por la acción contrarrevolucionaria de los comunistas, los socialistas, los nacionalistas vascos y catalanes y los burgueses de Izquierda Republicana, ese mismo Estado se dio prisa a sí mismo en acabar con la situación municipalista, disolviendo, por ejemplo, por decreto el Consejo de Aragón, el día ocho de agosto de 1937, sirviéndose para ello de las Divisiones militares comunistas y nacionalistas. De modo que la voluntad de engañar a los no avisados queda clara cuando se pretende presentar la lucha municipalista libertaria como desglosada de la lucha económico-sindical, siendo así que ambas constituyeron siempre un proyecto unitario y conjunto del anarquismo y del anarcosindicalismo, y siendo así también que carecen de sentido consideradas aisladamente. Da la impresión de que ese mismo empeño de Murray Bookchin en declarar muerto al anarcosindicalismo, junto con la totalidad del movimiento proletario, más que expresión de un análisis objetivo, responde a su voluntad de asegurarse una vía política de realización. Lo que la AIT recrimina a la Conferencia lisboeta es la hipocresía de hacer alarde de una teoría y práctica, por supuesto no suyas, que no pueden ser vehiculadas por la vía política, que es la que la Conferencia propone. Lo que la AIT denuncia con toda contundencia es que, revistiéndose de anarquismo, se pretenda poner llevar a cabo una práctica puramente posibilista que ya, en su día, condenó, por ejemplo, oponiéndose a la Plataforma de Archinov o al Partido Sindicalista de Angel Pestaña. Los fundamentos del rechazo de los pretendidos argumentos de esos supuestos anarcocomunistas del encuentro lisboeta son, pues, de una consistencia incontestable, y por eso los organizadores excluyen de su participación a la misma a todos aquellos que con un discurso crítico no están dispuestos a apoyar ni a reconocer su propuesta como una lectura de acercamiento a la revolución. Estos anarcocomunistas se rasgan las vestiduras afirmando que, en ningún modo, suscriben teóricamente el anarcocapitalismo, pero es cierto que, al suscribir la vía política y electoralista, sientan las condiciones para una convivencia con ese mismo anarcocapitalismo. De igual modo que se declaran antiparlamentarios cuando lo que hacen es simplemente trasladar el Parlamento al área municipal. ¿Por qué, ahora, esa iniciativa lisboeta? El Estado burgués, como forma política de organización, está en una profunda crisis. La sociedad civil es cada vez más consciente de su esencia corruptora y se desinteresa cada vez más de él. La falta de participación ciudadana está siendo ya, a pesar de los trucajes de los medios de comunicación, escandalosamente visible. Las famosas elecciones primarias de los socialdemócratas en España, que muy pronto serán seguidas allí mismo por los populistas de Aznar, no tienen otra finalidad que mover un poco el cotarro para dar impresión de participación y animar a ella. Después de haber atraído a socialistas y comunistas a su redil, ese Estado burgués decadente, que ya no tiene virtud de entusiasmar a nadie, busca ahora el recurso complementario de querer uncir a su carro las fuerzas populares que simpatizan con el anarquismo para recibir desde abajo los balones de oxígeno que le permitan seguir respirando y tener apariencia de representatividad. De ahí que Portugal haya sido elegida como sede del evento, dado que el pretendido anarquismo portugués que se mueve en torno a A Batalha y al Centro de Estudos Libertarios, está desde 1974 protegido por el Estado Portugués, lo mismo que el Estado Español de la llamada transición política posterior a 1976 promovió y amparó a la que entonces fue una pequeña escisión de CNT y hoy es la CGT en España. Ambos son los mejores vehículos para que el Estado intente beneficiarse de los efectivos anarquistas. Ya entonces, el precedente de que se valieron ambos Estados para incidir sobre el anarcosindicalismo portugués, para dejarlo reducido a núcleo de propaganda revisionista, y al español para atraerlo a las elecciones sindicales fue la práctica de la SAC, organización sueca que fue expulsada de la AIT por su desviacionismo estatizante en 1956-57. Esta misma organización, ya en esa pendiente estatista, suscribió más tarde la política municipalista burguesa. De manera que el modelo viene pues de esta organización que hoy ya, al igual que la CGT española, son piezas del Estado burgués y como tales pagadas y subvencionadas por el mismo Estado. Murray Bookchin ignoró siempre de forma profunda la significación de la lucha obrera, y por ello nunca creyó en el proletariado como agente de la revolución, ni, por consiguiente, tampoco en su instrumento de liberación, el sindicato. Si uno de sus argumentos para declarar muerto el anarcosindicalismo es la falta de conciencia de clase y de voluntad de lucha de los obreros, ¿por qué arte de birlibirloque estos obreros adquirirían en el municipio la conciencia de clase que habrían perdido en el sindicato? Y si, por falta de tal conciencia de clase, tampoco serían activos en la lucha municipal, ¿por qué se rasgan las vestiduras los organizadores de la Conferencia cuando se les dice que forman parte de un movimiento pequeño-burgués y que ése es el que realmente quieren implantar? Sin duda, para entender lo que Bookchin representa, tendríamos que remontarnos al hombre Unidimensional de Herbert Marcuse, con su descalificación del actual proletariado como agente de la revolución. Y habría igualmente que añadir a esto la influencia de hombres que, como efecto de la presión política, hicieron alarde de transfuguismo de la lucha proletaria, cual es el caso, por ejemplo, de André Gorz, y sobre todo de la tendencia, favorecida por la burguesía, a multifragmentar la unidad del movimiento libertario para poder dar a la lucha ecológica un sentido propio y completo por sí misma, al margen de la lucha obrera. Sólo dentro de tal mortal reduccionismo, se puede llegar a la ceguera que impida ver que el trabajo será siempre necesario; que, por mucho que hagan las máquinas, ellas no pueden construirse a sí mismas; que de lo que se trata es de exigir que ese trabajo necesario sea equitativa y justamente repartido y retribuido; que sólo la lucha obrera puede conseguir esto a través de sindicatos revolucionarios, y que son los mismos componentes de estos sindicatos los que han de actuar en organizaciones ciudadanas de signo revolucionario, que, para serlo en urbes, villas o pueblos, han de mantener necesariamente esa lucha frente y al margen de las instituciones del Estado. Y ya, por fín, el desenmascaramiento de esta farsa lisboeta que criticamos: ¿Por qué han de entender estos aguerridos anarcocomunistas revolucionarios que es de todo punto necesario que un alto secretario de la actual municipalidad de Lisboa les de una conferencia oral sobre la municipalidad y la Constitución portuguesa? Es manifiesto que están bailando en la cuerda floja y, para disfrazar tan peregrina ocurrencia, inventan la historia de que Portugal es uno de los países más descentralizados de Europa, y que por ello es interesante tal intervención del alto funcionario del Ayuntamiento lisboeta. ¿A quién pretenden engañar con esta suerte de mistificaciones académicas? Según estos adalides del anarquismo, su propuesta es una forma de lucha por la revolución y contra el capitalismo y el Estado. Pero dos instituciones del Estado portugués, el Instituto Superior de Economía y Gestión y el Instituto Superior de Empresa y Ciencias del Trabajo no sólo son los proveedores de los medios económicos, logísticos y materiales del encuentro, sino que forman parte del Comité Organizador Lisboeta. ¿Se imaginan ustedes a los máximos representantes del Estado luchando por la revolución social y gritando ¡Abajo el Estado!? ¿A qué clase de subnormalidad cerebral creen estar dirigiéndose el conjunto de los promotores de esta farsa? En cuanto a la cortina de humo del aspecto ecológico de la reunión, hoy ya es de sobra sabido hasta qué punto el Estado capitalista tiene recuperada una dimensión de la visión ecológica. El capitalismo desprecia la ecología que reivindica barrios salubres para el proletariado, pero no es ningún suicida y es sensible a los peligros en que pueda incurrir el planeta, porque ello supone riesgos graves para el propio capitalismo. Nace así su propia ecología, la ecología puramente conservacionista que siga garantizando su explotación industrial y su dominio. La ecología social del municipio, entendida estéticamente como parques, jardines, fuentes, arbolado, ..., ¿por qué iba a estar el capitalismo en contra de esto? Pero, amigos, la ecología social, aquella que afecta a la salubridad mental y moral de los trabajadores y su medio, a la estructura del salario y de las relaciones trabajo/capital, al hecho mismo de la explotación del hombre por el hombre, ésa no puede ser asumida por los capitalistas y el Estado, ésa no puede ser subvencionada por ellos, ni por lo tanto puede tener cabida en las instituciones del Estado, en este caso en los municipios del Estado burgués. Así que estos son los pretendidos anarcocomunistas. Tales son los hechos, lo demás es puro palabrerío retórico que, junto a otras estrategias similares, sólo persigue la incardinación del movimiento libertario en los designios del estado burgués.
Secretariado Permanente de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT-IWA)